viernes, 1 de julio de 2016

PALABRA SRA. ESTER - JULIO 2016

En el mundo material, lo que importa es la apariencia. La riqueza, la belleza y el colorido de las cosas pueden encandilar nuestros ojos. Pero para Dios, es diferente, Él no está interesando en la apariencia o en las limitaciones de las personas, porque Él ve la belleza espiritual. La bondad, la misericordia y la fidelidad, Él ve la fe. David fue una persona en quien Dios encontró esos requisitos. En su trabajo con las ovejas de su padre, él era el, constante y cuidadoso. No se quejaba, ni lo hacía de cualquier manera sino que hacía su trabajo de todo corazón.
Mientras las ovejas pastaban en el campo, él aprovechaba esos momentos para alabar a Dios con su arpa. En todo veía Su majestad y Dios lo eligió para ser ungido Rey de Israel, para cuidar a Su pueblo, simplemente por el amor y dedicación que mostró hacia las ovejas de su padre. La obediencia y el carácter de Cuando el profeta Samuel fue a ungir al rey que Dios había elegido, no sabía que sería David. El Señor solo le había dicho que era uno de los hijos de Isaí.
El profeta pidió conocer a todos sus hijos y al ver a Eliab, alto, fuerte y de buen aspecto, pensó que estaba delante del nuevo rey. Justo en el momento que estaba por ungirlo, Dios le dijo: “... No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delan- te de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7). El profeta quería consagrar a los que tenían aspecto de un rey, pero Dios había elegido a David, a pesar de que él era el menor y su apariencia física no era la de un hombre de guerra, él fue elegido por su corazón y su fe.
Entonces vemos que Dios mira nuestro corazón, es por eso, que debemos tener un corazón puro y verdadero. Muchas veces, la timidez o el orgullo impiden que expresemos lo bueno que tenemos. Si cerramos nuestro corazón y no hablamos de cómo nos sentimos, no podremos ser verdaderos. Es necesario ser genuinos, porque no podemos engañar a Dios. Él valora la sinceridad y si queremos ser como David y realmente felices, debemos cuidar nuestro corazón, así seremos llamados hijos de Dios.
                                                                                                                                                                          Ester Bezerra
                                                                                                                                                                          

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