No es fácil ser una minoría en la sociedad. Cuando estamos
rodeados de personas que no comparten nuestra fe notamos que ellos no tienen
las mismas prioridades que nosotros. Así surge la presión de hacer lo mismo que
el resto. Para las personas que no tienen a Dios en primer lugar, mentir,
desobedecer y hacer lo que se tiene ganas es algo normal.
Ellos viven en una mentira, sus vidas son pura ilusión creen que
no necesitan nada, no saben que es imposible ser feliz sin Dios. El mal ha
prevalecido en la vida de muchas de esas personas porque creen que pueden
vencer por la fuerza de su brazo, pero sus vidas se van destruyendo.
Las familias se van destruyendo por la violencia y el desamor.
Los niños crecen con miedo, deprimidos y rebeldes. Cuando crecen se vuelven
personas frustradas y sin rumbo. La única manera de tener una vida que valga la
pena es tener una relación con Dios. Sus promesas son nuestro puerto seguro, Él
hace que nuestras vidas valgan la pena, nos da paz, seguridad y protección.
No ganamos nada siendo uno más en este mundo, es mejor ser
felices siendo una minoría. Cuando somos hijos de Dios nuestra vida es
distinta, todo el que nos ve sabe que somos distinto, enfrentamos las
dificultades de forma diferente, porque Él nos protege. Vale la pena agradar al
Señor Jesús y desagradar al resto del mundo. Él vino a este mundo para
salvarnos y si estamos con Él podremos decir: “El Señor es mi luz y mi
salvación; ¿de quién temeré, el Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he
de atemorizarme?”, (Salmos 27:1). El miedo no tendrá más lugar en nuestra vida,
porque Dios estará con nosotros, esa es la verdadera felicidad.
No importa los problemas que estemos pasando, si asumimos
nuestra fe en Dios seremos sus hijos. Pero para eso es necesario practicar Su palabra.
Vale la pena ser maltratado por el mundo para agradar a Dios, aunque nadie
entienda nuestra fe, no debemos avergonzarnos porque es nuestro tesoro.
Verán el resultado de su comportamiento porque aquellos que hoy
te desprecian, con el tiempo verán la diferencia y reconocerán que tu fe es
verdadera. Así ellos tendrán la oportunidad de conocer a nuestro Dios. Él no se
avergüenza de nosotros así que debemos divulgar Su palabra:
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios
para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al
griego”, (Romanos 1:16).
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